Acostumbrado
a la costumbre,
no
mira hacia otro sitio.
Penado
en sus flaquezas,
entristece
su presencia.
Recatado
y trascendente,
rememora
y no comparte.
En la
sala acurrucado,
se
contagia con sus sueños.
No
mira hacia otro lado,
se
reconforta en si mismo.
De
repente se la encuentra,
es un
don sin precedente,
un
placer muy contagioso,
la
ternura omnipresente.
Y la
mira, y la siente,
la
revisa por doquier,
cual
si fuera una gardenia,
la
huele, la acurruca … la siente.
Despropósito
mayor
que
un hombre embriagado,
celoso
de su suerte,
incomparable
estupidez,
la
del niño malcriado,
ese
ser impresentable
que
quebranta con sus actos.
Y me
remuevo, y no me importa,
uno
está por encima de las cosas,
de
esos seres que amortizan
cada
ser en la peseta.
Celosos
de su suerte,
que
no comparten porque sienten,
que
no comparten porque estorban,
que
no comparten... ¡Ignorantes!
Y me
río y me emociono,
también
lloro.
Y
resuena en mi cabeza
esa
suerte de nostalgia,
ese
amor omnipresente.
Francisco
Javier Ramos Alija, 21/4/2016
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