Por
si acaso el ruiseñor volara,
por
si acaso el ruiseñor cantara,
sin
demora el jilguero escapó al instante,
lo
siguieron la abubilla y el pardal.
En lo
alto la sombra de sus alas,
un
efecto majestuoso y simple.
Picó
hacia abajo al atisbar la becada,
y de
plano segó su cuello
antes
de cogerla en vuelo.
Impresionados
miramos la escena,
nos
miramos e intuimos nuestra suerte,
la
naturaleza prodigiosa en un suspiro,
el
eterno correr de los cazados,
el
eterno vagar de los que cazan.
Y
nosotros allí, mirando,
en
silencio opocopados,
sin
temor y sin nostalgia,
solo
mirando.
Francisco Javier Ramos Alija 15/4/2016
Francisco Javier Ramos Alija 15/4/2016
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