En la
luna un solo propósito,
en el
sol al menos dos,
en la
noche un sueño vívido,
en el
día los sueños son.
Sin
cordura y con distancia,
miró
encajando sus lentes,
se
acercó a su liviana cara,
palpó
al instante con suerte.
Tocó
la tez rubicunda,
perdida
en su vergüenza postrera,
aquella
que el mar desagravia,
y el
agua cristalina revierte.
Vida
alegre y relajada,
un
sentir de amor y distancia,
la
sencilla luz de la farola,
el
amor relajado del ausente.
Terrible
postura que incomoda,
dolor
de huesos y amargura.
Un
poder insólito de las cosas,
la
visión descarnada de la vida.
Pero
soy yo quien ve sus ojos,
un
amor de incompleta servidumbre,
un
sentir de recíproca vileza,
la
congoja y la estima espatarrada,
los
silencios de quien sabe que no entienden.
Un
poniente y un levante atropellados,
la
censura del que siente y se retracta.
Un
amor de pérdida y silencios,
una
suerte de tenerte y no sentirte.
Me
alegro por ti y lo sabes,
estás
lejos y cerca te sostienes.
Ya no
eres la misma, tu lo sabes,
estás
prendida y arropada.
Francisco
Javier Ramos Alija, 27 de abril de 2016