BIOGRAFIA:
(Córdoba, España, 1561-id., 1627) Poeta español. Nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una amonestación del obispo (1588).
En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo. Instalado definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la muerte.
Aunque en su testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso», no se ha hallado ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que conforman su epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que no publicó en vida casi ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y fueron muy leídas y comentadas.
En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la implacable vena satírica que caracterizará buena parte de su obra posterior. Pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y culto, que aparece en los poemas dedicados al sepulcro del Greco o a la muerte de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta entonces se habían mantenido separados.
Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal. Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas contra las metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el gusto de la época. En un rasgo típico del Barroco, pero que también suscitó polémica, Góngora rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros lírico, épico e incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto contra las Soledades y Quevedo lo atacó con su malicioso poema Quien quisiere ser culto en sólo un día... Sin embargo, Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres cultos».
El estilo gongorino es sin duda muy personal, lo cual no es óbice para que sea considerado como una magnífica muestra del culteranismo barroco. Su lenguaje destaca por el uso reiterado del cultismo, sea del tipo léxico, sea sintáctico (acusativo griego o imitación del ablativo absoluto latino). La dificultad que entraña su lectura se ve acentuada por la profusión de inusitadas hipérboles barrocas, hiperbatones y desarrollos paralelos, así como por la extraordinaria musicalidad de las aliteraciones y el léxico colorista y rebuscado.
Su peculiar uso de recursos estilísticos, que tanto se le criticó, ahonda de hecho en una vasta tradición lírica que se remonta a Petrarca, Mena o Herrera. A la manera del primero, gusta Góngora de las correlaciones y plurimembraciones, no ya en la línea del equilibrio renacentista sino en la del retorcimiento barroco. Sus perífrasis y la vocación arquitectónica de toda su poesía le dan un aspecto oscuro y original, extremado si cabe por todas las aportaciones simbólicas y mitológicas de procedencia grecolatina.
Su fama fue enorme durante el Barroco, aunque su prestigio y el conocimiento de su obra decayeron luego hasta bien entrado el siglo XX, cuando la celebración del tercer centenario de su muerte (en 1927) congregó a los mejores poetas y literatos españoles de la época (conocidos desde entonces como la Generación del 27) y supuso su definitiva revalorización crítica.
(Córdoba, España, 1561-id., 1627) Poeta español. Nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una amonestación del obispo (1588).
En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo. Instalado definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la muerte.
Aunque en su testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso», no se ha hallado ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que conforman su epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que no publicó en vida casi ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y fueron muy leídas y comentadas.
En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la implacable vena satírica que caracterizará buena parte de su obra posterior. Pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y culto, que aparece en los poemas dedicados al sepulcro del Greco o a la muerte de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta entonces se habían mantenido separados.
Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal. Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas contra las metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el gusto de la época. En un rasgo típico del Barroco, pero que también suscitó polémica, Góngora rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros lírico, épico e incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto contra las Soledades y Quevedo lo atacó con su malicioso poema Quien quisiere ser culto en sólo un día... Sin embargo, Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres cultos».
El estilo gongorino es sin duda muy personal, lo cual no es óbice para que sea considerado como una magnífica muestra del culteranismo barroco. Su lenguaje destaca por el uso reiterado del cultismo, sea del tipo léxico, sea sintáctico (acusativo griego o imitación del ablativo absoluto latino). La dificultad que entraña su lectura se ve acentuada por la profusión de inusitadas hipérboles barrocas, hiperbatones y desarrollos paralelos, así como por la extraordinaria musicalidad de las aliteraciones y el léxico colorista y rebuscado.
Su peculiar uso de recursos estilísticos, que tanto se le criticó, ahonda de hecho en una vasta tradición lírica que se remonta a Petrarca, Mena o Herrera. A la manera del primero, gusta Góngora de las correlaciones y plurimembraciones, no ya en la línea del equilibrio renacentista sino en la del retorcimiento barroco. Sus perífrasis y la vocación arquitectónica de toda su poesía le dan un aspecto oscuro y original, extremado si cabe por todas las aportaciones simbólicas y mitológicas de procedencia grecolatina.
Su fama fue enorme durante el Barroco, aunque su prestigio y el conocimiento de su obra decayeron luego hasta bien entrado el siglo XX, cuando la celebración del tercer centenario de su muerte (en 1927) congregó a los mejores poetas y literatos españoles de la época (conocidos desde entonces como la Generación del 27) y supuso su definitiva revalorización crítica.
RESEÑA:
Nada insólito entre los temas teatrales del Siglo de Oro, el problema del honor vuelve a aparecer incluso en las piezas de Luis de Góngora como elemento importante en la creación y desarrollo del enredo. Y aunque sea muy reducida la obra dramática gongorina, y constante la presencia de un contenido amoroso, el modo de afrontar el honor resulta marcado de manera muy distinta correspondiendo Las firmezas de Isabela (la única comedia acabada) y El Doctor Carlino (el largo fragmento de 2016 vv. ) a dos opuestos acercamientos al tema: ya concebido como absoluta necesidad de prevención y afirmación, ya, por el contrario, como tardía y algunas veces despreocupada negación.
En efecto, si en Las firmezas de Isabela la fidelidad mujeril llega a ser el contenido predominante al que parece moldearse, no sólo el enredo, sino también el diálogo y la psicología de los protagonistas, en El doctor Carlino el ultraje padecido parece constituir, más allá de toda posible angustia interior, sobre todo una ocasión para tejer una sucesión de traiciones y engaños.
Ya desde el comienzo de la comedia, a la convencional afirmación del poder de la honra:
Nada insólito entre los temas teatrales del Siglo de Oro, el problema del honor vuelve a aparecer incluso en las piezas de Luis de Góngora como elemento importante en la creación y desarrollo del enredo. Y aunque sea muy reducida la obra dramática gongorina, y constante la presencia de un contenido amoroso, el modo de afrontar el honor resulta marcado de manera muy distinta correspondiendo Las firmezas de Isabela (la única comedia acabada) y El Doctor Carlino (el largo fragmento de 2016 vv. ) a dos opuestos acercamientos al tema: ya concebido como absoluta necesidad de prevención y afirmación, ya, por el contrario, como tardía y algunas veces despreocupada negación.
En efecto, si en Las firmezas de Isabela la fidelidad mujeril llega a ser el contenido predominante al que parece moldearse, no sólo el enredo, sino también el diálogo y la psicología de los protagonistas, en El doctor Carlino el ultraje padecido parece constituir, más allá de toda posible angustia interior, sobre todo una ocasión para tejer una sucesión de traiciones y engaños.
Ya desde el comienzo de la comedia, a la convencional afirmación del poder de la honra:
Amor
y honra tiramos
los
más crueles del mundo,
más
tirano este segundo
que
los tres sicilianos.
Ambos
[...]
hacen
de un mortal arpón
y
de un gusano inmortal
subjeto
mi corazón.
¡Porque
la honra, Carlino,
cual
la conciencia imagino
que
labra con su gusano [...]
Un retazo:
De estas dos balanzas vengo
a servir hoy de fïel,
y lo que yo tengo de él
lleve Judas, si algo tengo.
Lamedores del Doctor
regalado me han el pecho,
de manera que estoy hecho
un magistral lamedor.
Andaba yo antes muy necio
diciendo lo que sentía,
sintiendo lo que decía
y dándolo todo a un precio;
ofreciendo mi persona
con voluntad verdadera
a manquitos, que de cera
se ofrecían a Madona;
ya a lo moderno he de andar,
colear quiero y lamer:
al más lamido morder
y al mordido saludar.
A Lucrecia tengo en pan;
en pastel me falta ahora
de echar, si puedo, a Leonora,
que está para Don Tristán.
Picarésela a lo menos,
pues tiene dientes gastados.
Mas, necio, ¿diez mil ducados
con un ángel no son buenos?
Bonísimos; ¿pues qué aguardo?
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