Hernán
Valladares Álvarez nació en Madrid un 5 de noviembre de 1970, en el
seno de una familia de origen indiano (emigrantes a México
retornados). Su padre, un importante médico e investigador de
Oncología, tenía una gran afición humanística y contaba con una
nutrida biblioteca de materias como la filosofía, la lingüística,
la historia y la literatura, aparte de gruesos volúmenes de medicina
que a Hernán le eran indiferentes. Probablemente aquel ambiente
humanístico le influiría más adelante. Su infancia y sobre todo su
adolescencia y primera juventud estuvieron marcadas por un fuerte
disentimiento ideológico y moral con su familia en un sentido
amplio. Rebelde y mal estudiante fue expulsado de algunos centros,
hasta que por fin retomó los estudios, tras unos años de `devaneos
callejeros, experiencias de denso aprendizaje fuera de los carriles
por los que obligan a circular al individuo social`. Se licenció con
un expediente académico muy alto, sobre todo en las materias de
historia de la lengua y literatura, en Filosofía y Letras por la
Universidad Autónoma de Madrid en 1998. Contrajo matrimonio ese
mismo año y se trasladó con su mujer a Estados Unidos, donde
impartió clases de Literatura y Lengua Española en la universidad
de Darmouth College, estado de New Hampshire, EE UU, en calidad de
profesor asistente. A su regreso en España vivió en Salamanca un
año y sobre todo en Asturias, tierra de la mayoría de sus
ancestros, donde tuvo a sus dos hijos. Cuenta con cinco poemarios, El
juglar del Apocalipsis, Vidrieras, Las horas y los hombres, La sombra
luminosa. A finales de 2011 se trasladó con su familia a vivir a
Querétaro, México, donde publicó En honor de la verdad (editorial
Praxis, 2013, México D.F.). También escribió, sin publicar, los
cuentos Cuatro narraciones de la carpeta larga, las novelas Dioses y
mosquitos y Tres domingos, y el ensayo Ser optimista o pesimista.
Autor de la novela El hombre diminuto (editorial Bohodón, Madrid,
2011. Reimpresa en México, 2012). Aunque como él ha dicho alguna
vez, `el veneno de la literatura se inocula poco a poco a través de
lecturas que parecen explicar al hombre, al mundo y a la vida mejor
que la propia experiencia, y desde luego mejor que la experiencia de
la vulgaridad con que se intenta adocenar cada vez más a las
sociedades`, es sin embargo en el año 1991, con veinte de edad,
cuando, como Saúl caído del caballo, un grave accidente de moto le
provocó una inmersión profunda y definitiva en la literatura.
Veintidós años más tarde, ya viviendo con su familia en Querétaro,
sufrió un nuevo y aún más terrible accidente de moto del que
resultó una lesión medular alta que lo dejó tetrapléjico.
Obligado a regresar a España, ingresó en el Hospital de
Parapléjicos de Toledo, donde estuvo nueve meses de rehabilitación.
En la actualidad reside en Madrid, donde se dedica exclusivamente a
la literatura. Entre otros proyectos, se encuentra muy avanzado el
ensayo-autobiografía El hombre medular, un importante volumen con
una primera parte autobiográfica con inserciones propias del ensayo
filosófico, y una segunda parte donde esta estructura se invierte y
se aproxima más al ensayo filosófico con inserciones
autobiográficas. Ha escrito en su blog (Diarius interruptus):
`espero terminar con este libro impuesto por las circunstancias
—jamás se me habría ocurrido escribir algo autobiográfico—,
cerrar esta etapa de dolor de dimensiones mitológicas, para poder
proseguir con mi ambiciosa novela Abril decide y otros proyectos
literarios, luego, ya veremos qué pasa o si deja de
pasar`.
RESEÑA:
Para
Camilo Pedro, el protagonista de la novela, habría sido mucho más
sencillo ver cumplidos sus sueños de burgués acomodado, haberse
casado con Margarita y terminar siendo profesor de Geología en la
Universidad Complutense de Madrid. Pero el destino le tiene reservada
otra existencia. Su director de tesis, el profesor Garrido, lo
embarca, junto a dos compañeros más, Gregorio y Bobby, en un
proyecto para buscar petróleo en la isla de Serolf al servicio de
una asociación entre las petroleras Brip y Repansa, británica y
española respectivamente. Las aventuras objetivas y subjetivas
dentro de la isla irán transformando a los personajes, inmersos en
un mundo plagado de misterios.
Un trocito
Camilo Pedro Flores Padilla recorría aquella mañana de abril los pasillos del hospital psiquiátrico como quien deambula absorto de apaciguamiento por un balneario, sin asomo de amargura o enajenación en su rostro, y en la pequeña bolsa de deporte agarrada en una mano no llevaba demasiado peso como para dibujar en su cara los gestos del esfuerzo. Los vidrios de las galerías inundaban de sol las paredes blancas y, abajo, el jardín florecía con esa explosión sexual de la vegetación en primavera. El aroma de las adelfas traspasaba las ventanas. Un poco más allá del perímetro de piedra y verja metálica que rodea las instalaciones psiquiátricas, como si se tratara de una especie de castillo o baluarte de los pensamientos raros, se extendía el campo y los olivos. Los médicos, como era lógico, los enfermeros y enfermeras, los celadores, y en general todo el personal empleado en la residencia, habíamos ido adquiriendo hacia Camilo una confianza total a lo largo de los años. Llegó conducido por unos tipos de traje caqui, y fue ingresado cuando era un hombre joven; ahora se encontraba de lleno en sus días provectos, con sus sesenta y un años de edad...
No hay comentarios:
Publicar un comentario