La
imposible apariencia del ser omnímodo,
el
caldo que impregna el fulgor de su rostro,
un
mensaje que otrora fuera astuto y grosero,
torna
en mal consejero de duda y rencor.
La
mirada clavada en el encuentro del cieno,
el
resurgir de un modo trivial y obsceno,
encuentran
en mi la ternura del viejo.
Desprovisto
de señas y ropajes,
desnudo
en un mundo de atavíos,
se
descubre en su silencio atolondrado
como
el aullido de un pájaro en el silencio del bosque.
Aparece
la causa que no es otra que la infamia,
la
terrible pasión del dinero por la plata,
la
sensación de que todo se reduce a nada.
Ya
está dormido y perdido en su ignorancia,
la
sublime puerta que angosta la mirada,
esa
flor que aun marchita te embelesa,
la
fuente de la vida es el postre más amargo.
Reconoces
en su cara la misión de sus genes,
esa
turbidez inmunda que mana de su boca.
La
ves, la sientes y la huyes, a la vez que te derramas.
El
son del trajín de la fuente en el agua,
te
dice que las formas no son así para nada.
Que
el espacio y las maneras no devienen en fracaso,
que
las luces matutinas surgen de la nada.
Lo
creo y me atormento con el trajín de los días,
una
noche, una mañana, tal vez una singular tarde,
la
veré a mi puerta solícita y mendiga.
Francisco
Javier Ramos Alija
16
de Julio de 2018
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