El País - Ana Carbajosa - 21 de marzo de 2016
David Rieff pasa revista crítica a los organismos internacionales, fundaciones y ONG que aspiran a acabar con el hambre en el mundo en un ensayo de argumentos fascinantes.
Si es de los que creen que el progreso tecnológico y la filantropía van camino de acabar con el hambre en el mundo, David Rieff tiene malas noticias para usted. Su nuevo ensayo, El oprobio del hambre, es un repaso crítico y minucioso a los organismos internacionales, fundaciones y ONG que aspiran a acabar con el hambre en el mundo y que, pese a sus buenas intenciones, logran, a juicio del autor, resultados decepcionantes.
Rieff reconoce que se han producido ciertos avances en la erradicación del hambre en la última década, pero también advierte de que la población no deja de crecer, de que el planeta se calienta a marchas forzadas provocando sequías y arrasando cosechas y de que la desigualdad avanza sin freno. ¿Cómo vamos a alimentar a los 9.000 millones de personas que habitarán el planeta a mediados de siglo?, se pregunta con angustia neomalthusiana.
Seis años ha dedicado el autor de A punta de pistola o Contra la memoria a escribir esta valiente e inteligente disección de las políticas de desarrollo, en la que dispara sin miramientos y con la que probablemente no hará muchos amigos en el mundillo humanitario. El blanco de sus demoledoras críticas son inversores que especulan con materias primas, el Banco Mundial, las ONG, la ayuda oficial al desarrollo de los países ricos y, sobre todo, los filantrocapitalistas. De ellos dice que “juegan a ser dios” y que no rinden cuentas más que a sí mismos. De Bill Gates llega incluso a escribir que es tan totalitario como Fidel Castro.
A “las élites del desarrollo” les acusa sobre todo de predicar un optimismo casi mesiánico, de no decir la verdad a sabiendas cuando anuncian con estruendo que asistimos al principio del fin del hambre en el mundo. De ellos dice también que se mueven en un magma en el que los intereses comerciales y los fines altruistas no acaban de estar bien delimitados. “¿Es una exageración aseverar que a principios del siglo XXI a veces puede parecer que cuatro categorías de personas (…) tienen derecho a comportarse como les plazca: los niños, los psicópatas, las víctimas y los filántropos?”, escribe.
El problema de fondo es lo que Rieff llama la “antipolítica tecnocrática”, que asegura que inspira los programas de ayuda al desarrollo. Es decir, la creencia de que una buena dosis de innovación promovida por el sector privado lo arreglará todo. Para demostrar que se trata de una creencia errónea, Rieff cita como ejemplo la revolución verde y la eclosión transgénica que se suponía que iban a llenar los estómagos de los hambrientos y no lo hicieron. Rieff parece alinearse más bien con los activistas que defienden que las hambrunas son sobre todo un problema de acceso y no tanto de producción, y rescata en el libro una poderosa cita de Mahatma Gandhi: “En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no para satisfacer su codicia”.
El tema y los argumentos de Rieff son fascinantes, el problema es que el autor dedica demasiadas páginas a explicar qué se está haciendo mal y tal vez demasiado pocas en exponer cómo se podría hacer mejor. Solo al final del libro, Rieff apunta a recetas como el fortalecimiento del Estado y la democracia en un mundo en el que “nuestra política se ha corrompido con el dinero y la publicidad”. Puede que sea esa la vía adecuada, pero resulta una respuesta excesivamente vaga y escasa tras más de 400 páginas dedicadas a desmontar los logros de las organizaciones humanitarias.
El oprobio del hambre. Alimentos, justicia y dinero en el siglo XXI. David Rieff. Traducción de Aurelio Major y Lucas Aznar. Taurus. Madrid, 2016. 430 páginas. 23,90 euros
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