El
estío de la noche llamó a su puerta,
el
manjar, otrora apetecible, tornó en miseria.
La
fatiga de los años prendo en su estampa,
el
fulgor de los oprobios nació en su boca.
Deslustrado,
desabrido, calumniado…
deshojó
la maltrecha margarita.
Rezó
en silencio, recordando su infancia,
chillo
con desconcierto, maldiciendo su estampa.
Y
voló cual golondrina con una ala rota,
desarrapado,
ultrajado y macilento no miró atrás.
El
sendero estrecho del vericueto montañoso
lo
llevó a las alturas imposibles de un infierno.
Y
lloró cual torrentera en un invierno despechado,
soñó
con muertes y matanzas a sabiendas de su suerte.
Y
murió en aquel instante en que el rayo lo venció.
El
cadáver aún reposa al son del silencio de aquel monte.
Francisco
Javier Ramos Alija
13/7/18
No hay comentarios:
Publicar un comentario