Foncebadón

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lunes, 10 de agosto de 2015

Novus Mundi, San Agustín de la Florida

Para aquellos deseosos de ver como comienza la segunda parte de "Trémula Vida", en correspondencia a su necesidad...

1. San Agustín, 1585

Felicísimo estaba esa mañana algo perplejo, ya llevaban en el Nuevo Mundo más de doce años, le pareció que aún fuera ayer. Se habían hecho tanto y tan bien al nuevo lugar que les parecía que ésta había sido siempre su casa. En aquel reducto de paz disfrutaba como nunca y ahora se decía a sí mismo que si existía la felicidad, no podía ser algo diferente a lo que él sentía en ese momento. La misión de Nombre de Dios ya era algo tangible, los espacios se habían llenado, pero lo hacían de tal forma que no alteraban la normalidad del entorno. La pequeña capilla que en principio se había ideado alrededor de la advocación a la Virgen de la Leche, que su mecenas recordaba como propia de Madrid, a él lo llenaba más a sabiendas que la verdadera imagen estaba en Astorga y a buen recaudo. La iglesia no era ostentosa, pero se hacía especialmente grata a sus ojos, la luz penetraba a raudales por las vitrinas que en su añoranza había querido que imitaran a las propias de la catedral de Astorga. Vagaba su pensamiento entre su pasado, su presente y su futuro que ahora comprendía incierto como el de cualquier mortal, sin embargo, estaba seguro que sus oportunidades de crecer hacia adentro se habían incrementado a años luz. Ya había superado unas cuantas crisis desde que el Nuevo Mundo lo acogiera como su nueva casa: crisis de valores, crisis relacionales, hasta incluso crisis de identidad… Tenía dominada la angustia no sólo como la mera inquietud y zozobra del espíritu, sino aquella más enraizada en el abismo o la profundidad, como si fuera una de las raíces de su existencia que lo impulsaran a intentar hallarse en la esperanza, en un estado de pura expectación que lo moviera hacia una plenitud nueva que pudiera colmar el supuesto vacío o crisis de la vida. Miraba hacia el techo disfrutando de su espacio aún blanco, y que en su ilusión se llenaría de loas a los cielos cuando los posibles facilitaran a un buen pintor encaramarse a unos andamios que le permitieran dar colorido a aquel espacio, cuando la puerta se abrió con el impulso de una firme mano. La silueta de aquella figura a contraluz hizo que Felicísimo la reconociera al instante. Bajó del altar de inmediato, recorrieron ambos la nave central al encuentro que se produjo a mitad de camino: «¡Qué alegría poder abrazaros de nuevo!».
—No imagináis cuanto os tenemos en falta…
—Es caro para hacerse notar…
—Créame, Felicísimo, que si por mí fuera hubiera renunciado a todos los cargos con tal de dedicarme a lo único que me gusta: el viaje y el conocimiento… Cómo bien sabe fui oidor de la Real Audiencia de Guatemala, y desde hace ya más de cinco años lo soy de la de Nueva España… No crea que dichos cargos me encandilan, pienso en mis galeones y en las rutas maravillosas que los marinos pudieran estar haciendo…
—¿Qué le parece? —señaló Felicísimo el entorno.
—Nos tenéis anonadados… ¡Hermoso, muy hermoso!
—Gracias… Hubiera deseado que don Pedro disfrutara con sus propios ojos de la que será su creación…
—Seguro que sí, pero, no lo dudes, la creación es tuya…

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