
«El soberano andalusí,
Abd al-Rahman al-Nasir, recibió de Romano, emperador de Bizancio,
creo que en el año 948, una carta y regalos de gran valor, entre los
que se encontraba el tratado de Dioscórides, ilustrado con
magníficas pinturas... El emperador le decía en su carta: “No
puede aprovecharse el Dioscórides más que con un traductor que
domine el griego y conozca los medicamentos. Si tienes en tu país
quien reuna estos dos saberes, obtendrás, ¡oh, Rey!, el mayor provecho
de este libro”... Entre los cristianos de Córdoba no había nadie
que supiera leer griego, que es el jónico antiguo, y el libro se quedó
en la biblioteca de al-Nasir sin ser traducido al árabe. Estaba en
al-Ándalus, pero se utilizaba la versión de Istifan ibn Basil
(Esteban), procedente de Bagdad. En respuesta al emperador Romano,
al-Nasir le pidió que le enviase a alguien que hablara griego y
latín para que enseñara estos idiomas a sus esclavos, que así se
convertirían en traductores. El emperador le envió un monje llamado
Nicolás, que llegó a Córdoba el año 951. Había entonces, en dicha
ciudad, varios médicos que se ocupaban activamente de interpretar los
nombres de los medicamentos simples del tratado de Dioscórides, cuya
denominación en árabe no se conocía aún. Ninguno tenía más
interés en esta tarea, con el fin de conservar el favor del
soberano, que el judío Hasday ibn Saprut. El monje Nicolás se
convirtió en su amigo íntimo y pudo así interpretar los nombres
del libro de Dioscórides que todavía eran ignorados».

El andalusí pide al
bizantino y éste, en correspondencia a sus favores, le envía a un
cristiano que no es capaz de enseñar a nadie el griego, ya que no
había interés alguno en dicha lengua en todo el reino. Para evitar
la abulia, intima con un judío que le enseña la materia médica, y el
monje se convierte en un erudito de los medicamentos simples, pues su
verdadero interés era volver a su convento bizantino...

Si bien sé de buena tinta
que mi capacidad para vender es nula, por ello mi propósito
únicamente se quedará en compartir, en intentar dar, sin «recibo»
alguno, con mis palabras y las de quien me acompañe, ya que abierto
queda a todos y cada uno de ustedes, maravillosos lectores, pues si
han llegado hasta esta línea, ya sólo el esfuerzo les merece mi
total confianza.
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