Foncebadón

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lunes, 11 de mayo de 2020

¿Conocimiento?


El rol del docente en la sociedad del conocimiento – IFT

Las grandes arrogancias suelen ir seguidas de grandes decepciones, castigo con que, sin duda, la providencia exalta y conforta a los humildes. Es importante subrayar que la historia se cimienta, entonces, en lo que podríamos considerar una doble estructura directamente vinculada con la visión del mundo a través del fragmento.
Algunas veces se tiene la impresión de que los intelectuales actuales, científicos o humanistas, no terminan de abarcar el conjunto de sus propias especializaciones, ni llegan a penetrar en las intersecciones de sus temas de trabajo con otras ramas del saber. Podría parecer que se aprecia una cierta superficialidad en las opiniones expuestas. Quizá también sean avances hacia nuevas ideologías, nuevos paradigmas; por nuevos, aún no bien concretados.
El vocablo “conocimiento” pertenece al grupo de los dicotómicos, o quizá también de los policotómicos, si consideramos su cuasi-sinonimia con cultura, saber, ciencia... y otros términos semejantes. Conocimiento se puede entender como proceso mental, inteligente, para adquirir saber, donde igualmente supondría un paso intermedio en la elaboración de líneas de opinión. Se situaría entre los quanta de información útil que impactan el cerebro para producir conocimiento y su proceso mental posterior, que origina las formas de pensamiento, terminando en las líneas de opinión.
No siempre resulta fácil capacitar a las personas para que se den cuenta de que pueden incidir en el resultado de sus propias vidas. De hecho, suele tratarse de una tarea abrumadora.
En un breve ensayo titulado “Nuevos Novísimos”, Vicente Molina Foix se pregunta por la diferencia constitutiva de los jóvenes narradores de los 90, y cuenta una anécdota que tuvo lugar el día que fue a ver Abre los ojos. Molina Foix, a quien la película le gustó bastante, iba acompañado de un amigo de su edad, “alguien que pudo militar en mayo del 68”, y a quien la película le gustó muy poco. A la salida del cine se encontraron con una pareja de “amigos jóvenes, de la edad de Amenábar”, ella recién licenciada de Filología Hispánica, y él estudiante de Arte. A ella le había entusiasmado y ahora volvía a verla, arrastrando al escéptico estudiante. Al preguntarle el amigo del 68 a la filóloga si había entendido la película, ella respondió que no del todo, y pasó luego a comentar las “alucinaciones maravillosas de la peli”. Entonces, “el escéptico joven le dijo al sesentayochesco con una amplia sonrisa: ‘¿no lo sabías?, a la gente de mi edad les encanta no entender las cosas que ven' ” (“Nuevos Novísimos”)i.
Poco alivio se recibe al ver que para salir de la incertidumbre del presente hay que recorrer un camino que conduce al retorno del pasado…
«El año 2005 no puede competir con 1905 en términos de innovaciones importantes. El anuncio de la semana pasada de que científicos británicos y coreanos habían clonado con éxito embriones humanos no hace sino reforzar este punto [...]. Nos congratulamos por vivir en una época interesante, pero ¿no es éste un ejemplo más de la ceguera particular que nuestra era solipsista tiene sobre sí misma, una forma más grave de la enfermedad por la cual la princesa Diana puede ser cualificada como la británica más importante (¿o era la segunda más importante?) de todos los tiempos?»ii. El ciudadano moderno siente una indudablemente fuerte presión para que mantenga y acreciente su capacitación productiva, profesional, especializada y experta. Sin ninguna duda siente una muy similar presión para consumir los más variados productos y llenar satisfactoriamente su tiempo de ocio y esparcimiento.
Cuando aquí y en otros lugares entendemos la verdad como desocultamiento, no nos estamos limitando a refugiarnos en una traducción más literal de una palabra griega. Estamos indagando qué elemento no conocido y no pensado puede subyacer a esa esencia de la verdad, en el sentido de corrección, que nos resulta familiar y por lo tanto está desgastada. En algunos momentos consentimos en confesar que, desde luego, a fin de demostrar y comprender lo correcto (la verdad) de un enunciado, no nos queda otro remedio que apelar a algo que ya es evidente. Este presupuesto es, en efecto, inexcusable. Mientras hablemos y opinemos así, seguiremos entendiendo la verdad únicamente como una corrección que ciertamente precisa de un presupuesto que nosotros mismos imponemos sólo Dios sabe cómo y por qué razón.
El encubrimiento puede ser una negación o una mera disimulación. Nunca tenemos la certeza directa de que sea lo uno o lo otro. El encubrimiento se encubre y disimula a sí mismo. Esto quiere decir que el lugar abierto en medio de lo ente, el claro, no es nunca un escenario rígido con el telón siempre levantado en el que se escenifique el juego de lo ente. Antes bien, el claro sólo acontece como ese doble encubrimiento. El desocultamiento de lo ente no es nunca un estado simplemente dado, sino un acontecimiento. El desocultamiento (la verdad) no es ni una propiedad de las cosas en el sentido de lo ente ni una propiedad de las proposiciones.
Es preciso fomentar una cultura que frente a la tentación del tener y aparentar testimonie la verdad y el bien del propio ser, y proclame la inalienable dignidad de toda persona humana. Es necesario orientar al ser humano en la consecución del propio bien personal y del bien común ante ideologías que desdibujan la verdad sobre la persona y sobre la familia humana, o ante una cierta homogeneización cultural donde se concede poco espacio para la creatividad y la propia idiosincrasia. El desarrollo de una libertad anclada en la verdad y el bien nos previene ante el pensamiento único y nos ayuda a superar el relativismo. El desarrollo de un pensamiento crítico y la capacidad de afrontar la vida con realismo, optimismo, esperanza y compromiso nos capacitan para no sucumbir ante posibles actitudes de indiferencia, conformistas, gregarias, emotivistas y superficiales, con las cuales se renuncia a asumir compromisos estables.
Seamos sinceros y dejemos los embauques. Hemos perdido una serie de oportunidades y desperdiciado tantos recursos, esfuerzos e ilusiones en los últimos años que, tal vez, lo único que podemos lograr como universo es otorgar a las masas pobres un estatus de seres humanos y satisfacer sus necesidades mínimas, además de intentar mirarnos a los ojos una vez más, reconocer nuestros errores y recapacitar interminablemente sobre lo que nos queda de responsabilidad para con nosotros mismos.
Internet establece un giro radical en relación al modelo utilizado por los medios de comunicación masiva que dominaron durante buena parte del siglo XX. Presupone un modelo de comunicación basado en el concepto de red omnidireccional, que se encuentra en constante transformación y no se relaciona necesariamente con emplazamientos geográficos reconocibles. El carácter descentralizado de esta red torna difícil su control. Asimismo, y en virtud de la posibilidad de intercambio de los roles de emisor y receptor, se trataría de un modelo de información y comunicación más democrático que el de la red de difusión.
El daño que un enemigo puede causarle a otro, o el que pueden hacerse dos personas que se odian es muy grande, pero es pequeño comparado con el daño que puedes hacerte a ti mismo si tu mente está mal direccionadaiii.
Hay que ser fieles, porque hay mucho que defender. El hombre colabora activamente a la defensa del orden universal, sin cesar amenazado por lo informe. Y cuando éste se derrumba debe crear uno nuevo, esta vez suyo. Pero el exilio, la expiación y la penitencia deben preceder a la reconciliación del hombre con el universo.
Si por el camino de la mentira podemos llegar a la autenticidad, un exceso de sinceridad puede conducirnos a formas refinadas de la mentira. Cuando nos enamoramos nos "abrimos", mostramos nuestra intimidad, ya que una vieja tradición quiere que el que sufre de amor exhiba sus heridas ante quien ama...
Antes de acabar quiero recordaros a don Nadie: «Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y en Londres. Don Nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no ser. Ninguno es silencioso y tímido, resignado. Es sensible e inteligente. Sonríe siempre. Espera siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de silencio; si saluda encuentra una espalda glacial; si suplica, llora o grita, sus gestos y gritos se pierden en el vacío que don Nadie crea con su vozarrón. Ninguno no se atreve a no ser: oscila, intenta una vez y otra vez ser Alguien. Al fin, entre vanos gestos, se pierde en el limbo de donde surgió».
Si el pensamiento es diálogo interno establece en su posibilidad una paradoja entre la capacidad de confrontación consigo mismo y la fluida permanencia del lenguaje, condiciones básicas desde donde acceder a la discriminación. El “florecer” de la individualidad es un proceso nunca del todo acabado que nos enfrenta al destino humano de ser y de saber.
Posiblemente, tras la “muerte de Dios”, el hombre se encuentre en una encrucijada. Sin esperar un mañana, “tendremos que cargar con la pérdida” (Nietzsche, 2008, p. 838). Se trata de personas, como sugiere Sommer (2006), cuya “[…] realidad es que han perdido toda orientación externa para desarrollar su vida y su mundo. Su vida y su mundo ya no tienen un centro, que fuese dado espontáneamente” (p. 49). Pero ¿Qué puede hacer el hombre frente a ese mundo sin centro? ¿Caer acaso en un tipo de caos fruto de dicha ausencia?
La noción de caos, para Nietzsche, tiene además de con la física una relación directa con el mundo. Dice Nietzsche (2007) en La Gaya Ciencia: “El carácter del mundo en su conjunto (...) es un eterno caos” (p. 104 [eKGWB/FW-109]). Al igual que el caos, el mundo, por decirlo de algún modo, es creación. Los griegos, según Nietzsche, han sido quienes han sabido dar un sentido al caos: orientarlo a la vida. La postura de los modernos en relación al caos ha sido contraria a lo que los griegos hacían: estos organizan el caos; los modernos escapan de él. Los griegos organizan el caos no de manera física, sino de manera intelectual. Ellos utilizan el esfuerzo mental para poder organizar su realidad. En ese sentido, Nietzsche (2007) llama “a organizar el caos” (p. 104 [eKGWB/FW-109]). El hombre moderno irremediablemente escapa y huye de él. No puede vivir en él. La definición de historia que tiene el hombre moderno le obliga a ello. Dice por ello Niemeyer (2012): “Dominarlo o rendirse ante él es lo que diferencia a la cultura antigua y a la moderna” (p. 98). Caos para el hombre moderno es desorden, desesperación, ruina y destrucción. Esa perspectiva se ancla en su sentido de historia que tiene el hombre moderno. Su noción de historia es progresiva: avanza hacia una perfección. Cuando Nietzsche escribe su Segunda consideración intempestiva pretende criticar ese concepto de historia que tiene el hombre moderno. Sobre todo, tras esa noción se encuentran ocultos el olvido y el escape del caos. Dice el filósofo de Röcken: Contemplar esto afecta mucho al hombre, porque éste se ufana de su humanidad frente a los animales y, sin embargo, observa con envidia su dicha —porque sólo es eso lo que desea: no estar triste ni vivir con dolor, como los animales; pero lo desea en vano, porque no lo desea como el animal. En algún momento el hombre le pregunta al animal: ¿por qué sólo me miras y no me hablas de tu dicha? El animal quiere responder y decir que ello se debe a que ‘siempre olvido inmediatamente lo que quería decir’; pero al instante también olvida esa respuesta y calla, ante lo cual el hombre se admira (Nietzsche, 1980a, p. 123 [eKGWB/JBG-33]).


iCarlos F. Heredero señala que el éxito comercial de las dos películas de Amenábar, Tesis (1996) y Abre los ojos (1997), está muy vinculado a un público “mayoritariamente [...] juvenil” (1999: 34).
iiThe Guardian, 22 de mayo de 2005. Puede consultarse la entrevista completa en http://www.guardian.co.uk/science/2005/may/22/comment. Observercomment.
iiiEl budhismo tomó su sabiduría de los Vedas y los Upanishads. Estos tratados milenarios enseñaron a innumerables Maestros el arte de la Vida. Budha fue uno de los que bebieron de esta fuente sagrada, como Jesús, el Cristo, lo hiciera de las fuentes hebreas. El alma del hombre se regocija al saber que todas las Religiones y Filosofías milenarias han enseñado la misma Verdad: amar a Dios, ser buenos, trabajar deseosos del bienestar del mundo. Ella es la clave del contentamiento interior, y de la Paz Espiritual.