Las grandes arrogancias suelen ir seguidas de grandes decepciones,
castigo con que, sin duda, la providencia exalta y conforta a los
humildes. Es importante subrayar que la historia se cimienta,
entonces, en lo que podríamos considerar una doble estructura
directamente vinculada con la visión del mundo a través del
fragmento.
Algunas veces se tiene la impresión de que los intelectuales
actuales, científicos o humanistas, no terminan de abarcar el
conjunto de sus propias especializaciones, ni llegan a penetrar en
las intersecciones de sus temas de trabajo con otras ramas del saber.
Podría parecer que se aprecia una cierta superficialidad en las
opiniones expuestas. Quizá también sean avances hacia nuevas
ideologías, nuevos paradigmas; por nuevos, aún no bien concretados.
El vocablo “conocimiento” pertenece al grupo de los dicotómicos,
o quizá también de los policotómicos, si consideramos su
cuasi-sinonimia con cultura, saber, ciencia... y otros términos
semejantes. Conocimiento se puede entender como proceso mental,
inteligente, para adquirir saber, donde igualmente supondría un paso
intermedio en la elaboración de líneas de opinión. Se situaría
entre los quanta de información útil que impactan el cerebro para
producir conocimiento y su proceso mental posterior, que origina las
formas de pensamiento, terminando en las líneas de opinión.
No siempre resulta fácil capacitar a las personas para que se den
cuenta de que pueden incidir en el resultado de sus propias vidas. De
hecho, suele tratarse de una tarea abrumadora.
En un breve ensayo titulado “Nuevos Novísimos”, Vicente Molina
Foix se pregunta por la diferencia constitutiva de los jóvenes
narradores de los 90, y cuenta una anécdota que tuvo lugar el día
que fue a ver Abre los ojos. Molina Foix, a quien la película le
gustó bastante, iba acompañado de un amigo de su edad, “alguien
que pudo militar en mayo del 68”, y a quien la película le gustó
muy poco. A la salida del cine se encontraron con una pareja de
“amigos jóvenes, de la edad de Amenábar”, ella recién
licenciada de Filología Hispánica, y él estudiante de Arte. A ella
le había entusiasmado y ahora volvía a verla, arrastrando al
escéptico estudiante. Al preguntarle el amigo del 68 a la filóloga
si había entendido la película, ella respondió que no del todo, y
pasó luego a comentar las “alucinaciones maravillosas de la peli”.
Entonces, “el escéptico joven le dijo al sesentayochesco con una
amplia sonrisa: ‘¿no lo sabías?, a la gente de mi edad les
encanta no entender las cosas que ven' ” (“Nuevos Novísimos”)i.
Poco alivio se recibe al ver que para salir de la incertidumbre del
presente hay que recorrer un camino que conduce al retorno del
pasado…
«El año 2005 no puede competir con 1905 en términos de
innovaciones importantes. El anuncio de la semana pasada de que
científicos británicos y coreanos habían clonado con éxito
embriones humanos no hace sino reforzar este punto [...]. Nos
congratulamos por vivir en una época interesante, pero ¿no es éste
un ejemplo más de la ceguera particular que nuestra era solipsista
tiene sobre sí misma, una forma más grave de la enfermedad por la
cual la princesa Diana puede ser cualificada como la británica más
importante (¿o era la segunda más importante?) de todos los
tiempos?»ii.
El ciudadano moderno siente una indudablemente fuerte presión para
que mantenga y acreciente su capacitación productiva, profesional,
especializada y experta. Sin ninguna duda siente una muy similar
presión para consumir los más variados productos y llenar
satisfactoriamente su tiempo de ocio y esparcimiento.
Cuando aquí y en otros lugares entendemos la verdad como
desocultamiento, no nos estamos limitando a refugiarnos en una
traducción más literal de una palabra griega. Estamos indagando qué
elemento no conocido y no pensado puede subyacer a esa esencia de la
verdad, en el sentido de corrección, que nos resulta familiar y por
lo tanto está desgastada. En algunos momentos consentimos en
confesar que, desde luego, a fin de demostrar y comprender lo
correcto (la verdad) de un enunciado, no nos queda otro remedio que
apelar a algo que ya es evidente. Este presupuesto es, en efecto,
inexcusable. Mientras hablemos y opinemos así, seguiremos
entendiendo la verdad únicamente como una corrección que
ciertamente precisa de un presupuesto que nosotros mismos imponemos
sólo Dios sabe cómo y por qué razón.
El encubrimiento puede ser una negación o una mera disimulación.
Nunca tenemos la certeza directa de que sea lo uno o lo otro. El
encubrimiento se encubre y disimula a sí mismo. Esto quiere decir
que el lugar abierto en medio de lo ente, el claro, no es nunca un
escenario rígido con el telón siempre levantado en el que se
escenifique el juego de lo ente. Antes bien, el claro sólo acontece
como ese doble encubrimiento. El desocultamiento de lo ente no es
nunca un estado simplemente dado, sino un acontecimiento. El
desocultamiento (la verdad) no es ni una propiedad de las cosas en el
sentido de lo ente ni una propiedad de las proposiciones.
Es preciso fomentar una cultura que frente a la tentación del tener
y aparentar testimonie la verdad y el bien del propio ser, y proclame
la inalienable dignidad de toda persona humana. Es necesario orientar
al ser humano en la consecución del propio bien personal y del bien
común ante ideologías que desdibujan la verdad sobre la persona y
sobre la familia humana, o ante una cierta homogeneización cultural
donde se concede poco espacio para la creatividad y la propia
idiosincrasia. El desarrollo de una libertad anclada en la verdad y
el bien nos previene ante el pensamiento único y nos ayuda a superar
el relativismo. El desarrollo de un pensamiento crítico y la
capacidad de afrontar la vida con realismo, optimismo, esperanza y
compromiso nos capacitan para no sucumbir ante posibles actitudes de
indiferencia, conformistas, gregarias, emotivistas y superficiales,
con las cuales se renuncia a asumir compromisos estables.
Seamos sinceros y dejemos los embauques. Hemos perdido una serie de
oportunidades y desperdiciado tantos recursos, esfuerzos e ilusiones
en los últimos años que, tal vez, lo único que podemos lograr como
universo es otorgar a las masas pobres un estatus de seres humanos y
satisfacer sus necesidades mínimas, además de intentar mirarnos a
los ojos una vez más, reconocer nuestros errores y recapacitar
interminablemente sobre lo que nos queda de responsabilidad para con
nosotros mismos.
Internet establece un giro radical en relación al modelo utilizado
por los medios de comunicación masiva que dominaron durante buena
parte del siglo XX. Presupone un modelo de comunicación basado en el
concepto de red omnidireccional, que se encuentra en constante
transformación y no se relaciona necesariamente con emplazamientos
geográficos reconocibles. El carácter descentralizado de esta red
torna difícil su control. Asimismo, y en virtud de la posibilidad de
intercambio de los roles de emisor y receptor, se trataría de un
modelo de información y comunicación más democrático que el de la
red de difusión.
El daño que un enemigo puede causarle a otro, o el que pueden
hacerse dos personas que se odian es muy grande, pero es pequeño
comparado con el daño que puedes hacerte a ti mismo si tu mente está
mal direccionadaiii.
Hay que ser fieles, porque hay mucho que defender. El hombre colabora
activamente a la defensa del orden universal, sin cesar amenazado por
lo informe. Y cuando éste se derrumba debe crear uno nuevo, esta vez
suyo. Pero el exilio, la expiación y la penitencia deben preceder a
la reconciliación del hombre con el universo.
Si por el camino de la mentira podemos llegar a la autenticidad, un
exceso de sinceridad puede conducirnos a formas refinadas de la
mentira. Cuando nos enamoramos nos "abrimos", mostramos
nuestra intimidad, ya que una vieja tradición quiere que el que
sufre de amor exhiba sus heridas ante quien ama...
Antes de acabar quiero recordaros a don Nadie: «Don Nadie, padre
español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y
habla con voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía
y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios
tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por
todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y en
Londres. Don Nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y
engreída manera de no ser. Ninguno es silencioso y tímido,
resignado. Es sensible e inteligente. Sonríe siempre. Espera
siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de
silencio; si saluda encuentra una espalda glacial; si suplica, llora
o grita, sus gestos y gritos se pierden en el vacío que don Nadie
crea con su vozarrón. Ninguno no se atreve a no ser: oscila, intenta
una vez y otra vez ser Alguien. Al fin, entre vanos gestos, se pierde
en el limbo de donde surgió».
Si el pensamiento es diálogo interno establece en su posibilidad una
paradoja entre la capacidad de confrontación consigo mismo y la
fluida permanencia del lenguaje, condiciones básicas desde donde
acceder a la discriminación. El “florecer” de la individualidad
es un proceso nunca del todo acabado que nos enfrenta al destino
humano de ser y de saber.
Posiblemente, tras la “muerte de Dios”, el hombre se encuentre en
una encrucijada. Sin esperar un mañana, “tendremos que cargar con
la pérdida” (Nietzsche, 2008, p. 838). Se trata de personas, como
sugiere Sommer (2006), cuya “[…] realidad es que han perdido toda
orientación externa para desarrollar su vida y su mundo. Su vida y
su mundo ya no tienen un centro, que fuese dado espontáneamente”
(p. 49). Pero ¿Qué puede hacer el hombre frente a ese mundo sin
centro? ¿Caer acaso en un tipo de caos fruto de dicha ausencia?
La noción de caos, para Nietzsche, tiene además de con la física
una relación directa con el mundo. Dice Nietzsche (2007) en La Gaya
Ciencia: “El carácter del mundo en su conjunto (...) es un eterno
caos” (p. 104 [eKGWB/FW-109]). Al igual que el caos, el mundo, por
decirlo de algún modo, es creación. Los griegos, según Nietzsche,
han sido quienes han sabido dar un sentido al caos: orientarlo a la
vida. La postura de los modernos en relación al caos ha sido
contraria a lo que los griegos hacían: estos organizan el caos; los
modernos escapan de él. Los griegos organizan el caos no de manera
física, sino de manera intelectual. Ellos utilizan el esfuerzo
mental para poder organizar su realidad. En ese sentido, Nietzsche
(2007) llama “a organizar el caos” (p. 104 [eKGWB/FW-109]). El
hombre moderno irremediablemente escapa y huye de él. No puede vivir
en él. La definición de historia que tiene el hombre moderno le
obliga a ello. Dice por ello Niemeyer (2012): “Dominarlo o rendirse
ante él es lo que diferencia a la cultura antigua y a la moderna”
(p. 98). Caos para el hombre moderno es desorden, desesperación,
ruina y destrucción. Esa perspectiva se ancla en su sentido de
historia que tiene el hombre moderno. Su noción de historia es
progresiva: avanza hacia una perfección. Cuando Nietzsche escribe su
Segunda consideración intempestiva pretende criticar ese concepto de
historia que tiene el hombre moderno. Sobre todo, tras esa noción se
encuentran ocultos el olvido y el escape del caos. Dice el filósofo
de Röcken: Contemplar esto afecta mucho al hombre, porque éste se
ufana de su humanidad frente a los animales y, sin embargo, observa
con envidia su dicha —porque sólo es eso lo que desea: no estar
triste ni vivir con dolor, como los animales; pero lo desea en vano,
porque no lo desea como el animal. En algún momento el hombre le
pregunta al animal: ¿por qué sólo me miras y no me hablas de tu
dicha? El animal quiere responder y decir que ello se debe a que
‘siempre olvido inmediatamente lo que quería decir’; pero al
instante también olvida esa respuesta y calla, ante lo cual el
hombre se admira (Nietzsche, 1980a, p. 123 [eKGWB/JBG-33]).
iCarlos
F. Heredero señala que el éxito comercial de las dos películas de
Amenábar, Tesis (1996) y Abre los ojos (1997), está muy vinculado
a un público “mayoritariamente [...] juvenil” (1999: 34).
iiThe
Guardian, 22 de mayo de 2005. Puede consultarse la entrevista
completa en http://www.guardian.co.uk/science/2005/may/22/comment.
Observercomment.
iiiEl
budhismo tomó su sabiduría de los Vedas y los Upanishads. Estos
tratados milenarios enseñaron a innumerables Maestros el arte de la
Vida. Budha fue uno de los que bebieron de esta fuente sagrada, como
Jesús, el Cristo, lo hiciera de las fuentes hebreas. El alma del
hombre se regocija al saber que todas las Religiones y Filosofías
milenarias han enseñado la misma Verdad: amar a Dios, ser buenos,
trabajar deseosos del bienestar del mundo. Ella es la clave del
contentamiento interior, y de la Paz Espiritual.